En la entrada anterior os hablábamos acerca de los inicios de las gafas, desde su creación en el Siglo XIII hasta la aparición de las fabricas de vidrio de Murano, las cuales supusieron un antes y un después para la evolución de este apreciado objeto.
Cuando las gafas empezaron a comercializarse tenían una simbología precisa, significaba el prestigio social, pues estas tenían un precio bastante alto y, por lo tanto, sólo podían permitirse su uso las clases altas de la sociedad.
Unos 200 años más tarde empezaron a producirse las primeras gafas como las conocemos hoy en día, es decir, un modelo más parecido al que utilizamos actualmente. Las gafas remachadas fueron sustituidas por gafas con montura, la cual estaba compuesta por una sola unidad. Las monturas hechas con bronce o hierro sólo eran utilizadas por la clase alta.
Las gafas fueron evolucionando, se inventaron los puentes de cuero para lograr una mayor comodidad, pues las primeras gafas se resbalan continuamente y eran bastante pesadas, por lo que se hacían bastante incómodas de llevar.
Ya en el Siglo XVIII aparecieron las primeras gafas con la montura denominada Núremberg, las cuales ofrecían una mayor comodidad en su uso y se hicieron muy populares. También a finales de este siglo se pusieron de moda los monóculos, los cuales usaba la aristocracia para mostrar prestigio social frente a las gafas, cada vez más comunes entre el resto de clases. En España se pusieron de moda los conocidos «quevedos», unas gafas con dos lentes pero sin patillas. Estas se aguantaban con la nariz y la musculatura que rodea el ojo.
Ya en el siglo XX las gafas empiezan a adoptar la apariencia con que las conocemos actualmente. A día de hoy, podemos encontrar decenas de estilos, formas y materiales, y son infinitamente más cómodas. Además, cada vez más y más gente se suma a la moda de llevar gafas sin graduar, simplemente por el hecho de llevarlas, convirtiéndose en un accesorio de moda muy popular.